Umbral de la Muerte

Estudios Sobrenaturales: Capítulo 34

Si la universidad estaba agitada, el hospital era el infierno en la tierra.

– ¡Usa el tapabocas! -le gritó una enfermera que le arrojó uno en la cara y siguió corriendo su camino por los abarrotados pasillos.

             Lucía se lo colocó y caminó a paso rápido detrás de los camilleros intentando ver a dónde se estaban llevando a Guillermo, en el trayecto vio los pasillos llenos de gente enferma descansando sobre sábanas en el suelo junto a sus acompañantes. Las personas lloraban, tosían, gritaban, el caos estaba servido en bandeja de plata. Los médicos y enfermeras estaban de muy mal humor y daban indicaciones a gritos, corriendo de un lado para el otro, completamente cubiertos con gorros, tapabocas, guantes quirúrgicos y hasta anteojos de protección.

             Ingresaron a Guillermo a una sala, Lucía iba a atravesar las puertas también, pero dos enfermeras corpulentas le cerraron el paso.

– ¿A dónde crees que vas? -le preguntó una de ellas.

-El hombre que acaban de ingresar es mi amigo, debo estar a su lado-respondió Lucía volviendo a intentar entrar, ambas mujeres la tomaron por los hombros y la empujaron de manera poco sutil.

-No puedes entrar ahí-le dijo la otra-. Es una de las salas más peligrosas, solo los contagiados por la gripe entran ahí. Tú pareces sana, no debes ingresar.

-Pero no puede estar ahí solito.

-Atrás, o te sacaremos del hospital.

– ¡Lucía! -le llamaron a sus espaldas.

             Al darse media vuelta, se dio cuenta que se trataba del padre Noto, parecía muy perturbado, detrás de él y sujetando la sotana del cura lleno de profunda tristeza y lágrimas bañando sus mejillas, se encontraba Juan Diego.

-Padre Noto, no me dejan entrar a ver a Guillermo-reclamó Lucía preocupada.

– ¿Guillermo está enfermo? -preguntó el cura sorprendido.

-Eso parece.

– ¡Padre Noto, se lo dije! -exclamó Juan Diego-. Diosito me abandonó, me quitó a mis padres y ahora a mis amigos.

– ¿Qué? No puede ser… ¿Santiago está…? -preguntó Lucía.

-Falleció en la madrugada-le dijo Noto con profunda tristeza, seguido de los sollozos del pequeño.

             Lucía se llevó las manos a la boca intentando asimilar la noticia, para luego agacharse frente a Juan Diego y darle un fuerte abrazo. El niño también la abrazó sollozando, parecía más pequeño y frágil que nunca.

-Estamos esperando que nos den noticias sobre el cuerpo para velarlo, pero parece que todos los fallecidos por la gripe están siendo cremados. Es una falta de respeto a las familias y a la iglesia. Además…

– ¿Qué? ¿Ocurrió algo más? -preguntó Lucía sin soltar a Juan Diego de su abrazo.

-Juandi, necesito hablar unos minutos a solas con Lucía. Por favor, espéranos en la sala de al lado ¿sí?

-Sí, padre-respondió Juan Diego limpiándose las lágrimas y dejándolos solos, en medio de la multitud y el caos del hospital.

             A Lucía le rompía el corazón ver al pequeño y siempre alegre Juan Diego tan destrozado. No era justo, ahora se había quedado completamente solo en el mundo, ella sabía bien cómo se sentía.

-Escucha, Lucía. En la madrugada, pocos minutos antes de que Santiago falleciera, vi a Prometeo entrar a esa sala prohibida donde han muerto todas las personas que han ingresado.

– ¿Esa misma donde acaban de llevar a Guillermo? -Lucía pareció horrorizada.

-Sí-respondió Noto sin comprender lo que preocupaba a Lucía-. Fue él quien nos dio la noticia del fallecimiento de Santiago. El asunto acá se vuelve turbio.

– ¿Qué quiere decir?

-Prometeo de la Luz tiene tratos con personas influyentes en todas las esferas de poder en la sociedad, es la manera en la que se mueve por todo el mundo sin problemas. Lo conozco desde hace muchos años, cuando yo apenas era un seminarista en Roma.

-Vaya al grano, padre.

-Al salir y darnos la noticia, dijo que la última voluntad de Santiago fue que Prometeo se hiciera cargo de Juan Diego.

– ¿¡Qué?! Eso no puede ser cierto, Santiago no quería que Juandi se convirtiera en un médium, usted lo sabe.

-Claro que lo sé, pero me mostró un documento firmado por Santiago con sus últimas fuerzas, en donde declara su expreso deseo de dejar a Juandi bajo la tutela de Prometeo. A lo que voy es que…sospecho que Prometeo movió sus influencias para obtener ese documento y tal vez algunas otras menos sutiles para obligar a Santiago a firmarlo.

– ¿Qué podemos hacer?

-No mucho, la verdad. En cuanto caiga el sol, Prometeo vendrá por el niño. Lo único que se me ocurre es que tú lo protejas.

– ¿Cómo se supone que voy a hacer eso?

-Volviendo a Vista Oscura y asegurándote de que Juan Diego sienta odio y repulsión hacia esa profesión, especialmente hacia Prometeo.

-No puedo regresar a Vista Oscura, Prometeo no me quiere ahí a menos que le diga que quiero retomar el entrenamiento.

-Exacto.

-No puedo hacer eso, mi vida estará en juego.

-También la de un niño inocente.

             Lucía permaneció en silencio durante algunos instantes.

– ¿Me está pidiendo que sacrifique mi vida para salvar la de Juandi?

-Te ganarías un lugar en el cielo, hija mía.

             Lucía sintió su cuerpo muy pesado. Lo primero que pensó fue que debía hacerlo, tenía que proteger a Juan Diego. Pero en pocos segundos le vino aquella palabra a la mente: “crédula”. Muchos la habían llamado así, incluso Guillermo.

             Quería ayudar a Juandi ¿pero era necesario sacrificar su vida para lograrlo? ¿Por qué? ¿La vida de Juan Diego valía más que la de ella para Noto? ¿Cuál era el motivo?

“Lo conozco desde hace muchos años, cuando yo apenas era un seminarista en Roma”.

             De pronto Lucía sintió su corazón latir con fuerza y mucha velocidad, Parecía que todos a su alrededor le ocultaban secretos que tenían que ver con ella, era como si conspiraran en su contra. Noto quería que volviera a Vista Oscura y tal vez no era para ayudar a Juandi, Prometeo tenía sus objetivos y tal vez Noto también.

-Yo…lo pensaré, padre Noto. Estoy segura que podemos encontrar una solución en la que tanto Juandi como yo, podamos salir ilesos de esta situación-fue lo que pudo responder Lucía en cuestión de pocos segundos.

             Le dio la espalda e intentó mirar por las pequeñas ventanas de la puerta que llevaba a la sala donde se encontraba Guillermo, pero aquellas dos enfermeras eran realmente molestas. Apenas logró visualizar un poco del interior de la sala, estaba abarrotada con hasta dos pacientes por camilla. Guillermo parecía estar consciente y le estaban tomando la tensión y la temperatura. No pudo ver más, pues las dos mujeres volvieron a empujarla.

-Iré a hablar con Juandi-dijo al padre Noto retrocediendo en el pasillo y pensando en cómo atravesar esas puertas para ver a Guillermo.

             En realidad, no hablaron mucho, tan solo permanecieron sentados en las sillas de la sala de espera, mientras Lucía lo abrazaba y le brindaba las pocas palabras de aliento que conocía en medio de una situación tan horrible, en donde no paraban de entrar personas contagiadas con la gripe española.

-Tengo que volver a la iglesia-anunció Noto tras unos quince minutos-. Será mejor que me acompañes, Juandi. No es bueno que permanezcas en este lugar.

-Pero…

-Te acompañaré a casa.

-Padre Noto, no es buena idea que Juandi se quede solo en su casa-intervino Lucía -¿no puede llevarlo con usted? Yo debo permanecer aquí para estar cerca de Guillermo.

-Pero Prometeo…

-Cuide de Juandi por hoy, por favor. Explíquele bien toda la situación con Prometeo, él también tiene derecho a decidir sobre su propio futuro.

-Mmm…de acuerdo.

– ¿Qué sucede, padre Noto? -preguntó Juandi confundido.

-Vamos, Juandi. Hoy serás mi ayudante especial en las misas de la tarde y de la noche. Luego tendremos una larga conversación.

             El padre Noto le dio una bendición a Lucía con agua bendita para que los espíritus no la molestaran, en caso de que abandonara el hospital. Luego, tomó a Juandi de la mano y comenzaron a dirigirse a la salida del hospital.

-Piensa en lo que te dije, Lucía María-le dijo Noto antes de alejarse por el pasillo lleno de personas a reventar.

             Mientras los veía perderse de vista, logró mirar que, entre la multitud de personas en el pasillo, se encontraban Ambrosio, Benigno y Crescencio. Lucía se acercó rápidamente hasta ellos.

– ¿Qué hacen aquí? Es muy arriesgado que se mezclen con personas contagiadas, sus cuerpos no lo resistirán-les regañó Lucía.

-Y tú eres muy joven y guapa para morir, eres la primera que no debe estar aquí-le dijo Benigno.

– ¿Dónde está Doroteo?

-En la sala de la muerte-respondió Crescencio señalando la sala contigua a la sala donde se encontraba Guillermo.

– ¡No! ¡Tenemos que hacer algo! ¿Acaso los médiums no tenemos algún tipo de poder sobre la muerte? -preguntó Lucía entre lágrimas.

-No digas eso en voz alta, Lucía Bonita-le dijo Ambrosio-. Somos sus emisarios, sus sirvientes, jamás sus superiores. No tenemos ningún poder sobre ella.

-No debes preocuparte por Doroteo ni por ninguno de nosotros, hemos vivido la vida que deseamos y esa vida está llegando a su fin. A Doroteo le ha tocado primero por culpa de la gripe, pero pudo ser cualquiera de nosotros y seguro que pronto lo seguiremos.

-Aún está con vida, no hables de ese modo.

-Debemos darles paso a las nuevas generaciones.

– ¡No!

             En ese momento una enfermera salió de la sala que ellos habían denominado “de la muerte” y se acercó hasta ellos.

-Señores, lamento informarles que…-comenzó a decir la enfermera.

– ¡No! ¡No! ¡NOOO!   

             Lucía no la dejó terminar, se llevó ambas manos a los oídos y al gritar aquel último “no”, liberó su cuerpo a voluntad, pero sin tener clara una idea de a dónde ir, más allá de detener a Doroteo.

– ¡No, Lucía! Este es un lugar consagrado para protegerlo de los espíritus del exterior, pero quienes mueren dentro del recinto siguen siendo un peligro-le dijo Crescencio.

– ¡No debes abandonar tu cuerpo en un lugar rodeado de muerte! -le gritó Ambrosio, pero ya era demasiado tarde.

             Sin mirar atrás, la joven ingresó a toda velocidad a la habitación, allí estaba Doroteo, tanto acostado en una cama, como de pie mirando a su yo acostado.

– ¡Doroteo! ¡Regresa a tu cuerpo inmediatamente! -le ordenó Lucía.

-Lucía… ¿Qué crees que estás haciendo? Eres tú quien debe regresar a su cuerpo, aún estás con vida y en un lugar lleno de fallecidos ¿Tienes idea del peligro que corres?

-Pero si tú también…

-No, yo ya estoy muerto. A ese cuerpo nadie va a querer entrar, ni siquiera yo. Está muy débil y ya no le funciona el corazón. Para mí, ya es hora de partir.

             De pronto, una especie de luz de tono azul celeste apareció sobre Doroteo y fue envolviéndolo poco a poco por completo. Doroteo sonrió con serenidad y cerró los ojos, pero Lucía intervino y le tomó la mano, aquella luz la envolvió también a ella.

– ¡No, Lucía! ¡Suéltame! -le gritó Doroteo empujándola para que lo soltara.

-No quiero que mueras-le respondió la muchacha con las mejillas bañadas en lágrimas.

-Yo he aceptado mi muerte, es mi decisión, no tuya ¡Suéltame!

             La luz terminó por envolverlos a los dos y de pronto Lucía sintió cómo el hospital quedaba atrás, aquello no era lo que esperaba. Su cuerpo no estaba ahí; sin embargo, su mente la hacía creer que una fuerte brisa la envolvía, así que tuvo que cerrar los ojos. Doroteo y Lucía flotaban entre aquella inmensa luz envolvente, pero de pronto la luz desapareció, todo se tornó oscuro y ambos comenzaron a caer en la penumbra.

             Doroteo abrazó a Lucía para intentar protegerla de lo que parecía una inminente y dolorosa caída.

             ¡Pum!

La caída terminó y afortunadamente no fue tan aparatosa como imaginaron, de haber tenido su cuerpo anciano, probablemente Doroteo habría quedado bastante destrozado. Todo estaba tan oscuro a su alrededor que le costó unos segundos acostumbrar su vista para poder intentar entender dónde estaban.

-Oh no…no…no, no, noooo ¡NO! -gritó Doroteo quien, por experiencia, parecía saber en lo que se habían metido.

– ¿Dónde estamos? -preguntó Lucía preocupada.

             Entonces, pudo ver por fin que estaban de pie y enterrados hasta las rodillas, no entre piedras como había creído en un principio, sino entre huesos. Eran cientos de miles de huesos, algunos tan antiguos que se astillaban y rompían al menor contacto, otros duros y jóvenes, también cráneos tanto de animales como de seres humanos. Lucía intentó salir de aquel cementerio, pero parecía hundirse cada vez más entre los huesos.

-Deja de moverte, solo lo empeoras-le dijo Doroteo, que la miraba entre resignación y un poco de frustración.

– ¿Qué lugar es este?

– ¡Uno donde no deberíamos estar! ¡El Umbral de la Muerte! -le gritó, ahora evidentemente enojado.

-Oh…pero yo ya he estado antes aquí y pude salir con facilidad. Podemos salir juntos de aquí…

– ¡No podemos salir, Lucía María!

-Yo saqué de aquí a Juandi una vez….

-Eso no era el Umbral de la Muerte, era solo un limbo entre allá y acá, un lugar donde los vivos todavía se debaten entre la vida y la muerte. Pero esto… esto es un lugar terrible, Lucía. Reservado para aquellos que no aceptan la verdad. Los que saben que han muerto, pero no quieren avanzar. De aquí solo se regresa en estado fantasmal o se avanza hacia la paz.

-Si volvemos como fantasmas, podemos regresar a nuestros cuerpos…

– ¿Qué tanto te ha enseñado el señor Prometeo sobre el más allá? Hablas como una tonta ingenua.

             A Lucía le hería la manera en que Doroteo le estaba hablando. Nunca le había dicho palabras tan duras, siempre se había dirigido a ella con cariño y una bonita sonrisa.

-Tú amado señor Prometeo me enseña solo lo que parece que le conviene y la única vez que llegué a cuestionarlo, me botó a patadas de su vida.

-Él no te ha botado de su vida, te necesita más de lo que te imaginas.

             Doroteo le extendió una mano y la ayudó a desenterrarse de los huesos. Lucía se fijó en que su ropa estaba tan vieja y desgastada que se caía a pedazos, no solo ella, la ropa de Doroteo también era un conjunto de harapos viejos y sucios. La joven comenzó a ver un poco más allá de los huesos. El cielo en aquel lugar era totalmente negro y sin estrellas, pero a lo lejos, en el horizonte, había una luz azulona que parecía brindar un poco de esperanza. Tras la primera impresión sobre el lugar, Lucía pudo ver que ella y Doroteo no eran las únicas personas en ese sitio.

             Hombres y mujeres en grandes cantidades lloraban sobre los huesos, algunos estaban tendidos sobre ellos mirando al cielo oscuro, otros de rodillas con la mirada perdida, algunos gritaban y corrían semi enterrados intentando encontrar una salida, pero cada uno estaba en lo suyo, ninguno parecía prestarle atención a los otros a su alrededor y todos vestían los mismos harapos sucios, en tonos tan apagados como todo a su alrededor, gris, marrón o negro.

– ¿A dónde te estaba llevando la luz azul? -le preguntó Lucía a Doroteo un poco apenada.

-A la paz del entendimiento y la aceptación, ese lugar al que llaman “cielo” en tu religión. Es algo así como una agradable, cómoda y pacífica sala de espera.

– ¿Sala de espera? ¿Hay algo más después del cielo?

-Oye… ¿De verdad qué te enseñó el señor Prometeo estos dos meses? ¡Es algo básico! -la cara le cambió a Doroteo al ver que Lucía se ponía roja-. Olvídalo, no me lo digas, no eres la primera ni serás la última.

             Doroteo parecía tener mucha más fuerza de lo que aparentaba su anciano cuerpo, o eso le pareció a Lucía cuando la ayudó a levantarse e incluso le pidió que lo tomara del brazo, juntos comenzaron a caminar sobre los huesos evitando volver a hundirse.

– ¿Nos dirigimos hacia algún lugar en específico? -le preguntó Lucía tras varios minutos de caminata silenciosa, rota solo por los gritos de las personas a su alrededor.

-No realmente, nunca había estado aquí. Pero creo que, si encontramos la laguna de Letho, podré enviar un mensaje para que me saquen de aquí.

– ¿Te saquen? ¿Qué hay de mí?

-Tú estás viva, no tengo idea de si podrás regresar o si algún espíritu ya se habrá apoderado de tu joven y bonito cuerpo.

-No, eso no es posible, tengo la bendición del padre Noto.

-Claro, la bendición de un hombre de Dios te protegerá si te encuentras deambulando astralmente por ahí o si estás en el limbo… ¿pero aquí? ¿Tan lejos? Tal vez ya te consideren realmente muerta.

             Continuaron caminando en silencio, pero Lucía tenía más dudas que antes. Quería salir de ahí, necesitaba estar junto a Guillermo. Comenzó a molestarse consigo misma ¿por qué no era capaz de pensar un poco antes de actuar? Guillermo estaba solo en el hospital y ni siquiera había podido enviarle un mensaje a Euralia.

-Doroteo… ¿Por qué dices que Prometeo me necesita? -fue lo que alcanzó a preguntar en susurros, aquel lugar la abrumaba a medida que más tiempo pasaba ahí.

-No puedo decírtelo.

– ¿Por qué no? ¿Prometeo te va a regañar? Ya estás muerto, no creo que le importe.

-No tienes idea de con quién has estado…mmm…divirtiéndote últimamente. Prometeo es un dhampiro con un poder que excede a tu imaginación.

-Los dhampiros son cazadores de monstruos por naturaleza, pero Prometeo se dedica a la cacería de espectros y apariciones.

-Jum… ¿Por qué crees que lo hace?

-Eh… pues ni idea. Si no me dice para qué me necesita, mucho menos me dirá por qué hace lo que hace.

-Lucía Bonita… ¿Cuál es la fuerza más poderosa sobre la tierra?

-Mmmm…eh…ah… ¿Las ametralladoras y los tanques?

-El amor.

             Lucía no se aguantó la risa, algo que sonaba muy extraño en un lugar como aquel. Por primera vez, algunos de los hombres y mujeres se percataron de ellos y los miraron entre extrañados y envidiosos, así que la muchacha guardó repentino silencio al sentir miedo y mucho frío.

             Ambos continuaron caminando sobre las montañas de huesos; sin embargo, ahora esos hombres y mujeres de todas las edades, los seguían. Aquello le produjo mucho miedo a Lucía, ignorarlos no servía de nada y continuaban caminando cerca de ellos, los seguían a una distancia prudencial.

-Puede que suene cursi, pero es la verdad. El amor es una fuerza de poder casi infinito, pero solo aquellos que aman de verdad son capaces de obrar milagros hermosos o las más terribles abominaciones.

-Nunca había escuchado del amor como algo malo.

-El amor está al alcance de todos los seres humanos, tanto buenos como malos. Ahí está la diferencia. El señor Prometeo conoce el alcance del amor verdadero, sabe todo lo que es capaz de hacer con él y es el amor lo que mueve cada una de sus acciones.

– ¿Amor hacia quién?

-Hacia Ginebra.

-Ginebra…he escuchado ese nombre antes, pero no sé quién es.

             Dorotheo pareció reacio a continuar hablando, como si 30 años de servicio leal hacia Prometeo le impidieran abrir la boca, pero comprendió que Lucía tenía razón, no importaba nada ya.

-Te hablaré sobre Ginebra y lo que tú tienes que ver con ella solo si me prometes que no le comentarás esto a nadie y que fingirás frente a Prometeo que no lo sabes. Solo él puede explicarte esto, si es que quiere hacerlo alguna vez… casi me parece que no lo hará.

-De acuerdo, lo prometo.

-Ginebra es una médium de enorme poder, tanto que ha sido capaz de desafiar…a La Muerte.

             Doroteo pronunció aquellas últimas palabras en un susurro, realmente parecía atemorizado. Lucía quería que dejara de dar tantos rodeos o de hacer pausas dramáticas. Su amigo estaba a punto de continuar su relato, cuando alguien le cayó encima a Lucía desde las espaldas y comenzó a rodar con ella entre gritos, golpes y arañazos sobre las montañas de huesos.

             Lucía se defendía lo mejor que podía ante aquel ataque de quien parecía una mujer frenética, entre la pelea, se fueron deslizando sobre la montaña de huesos hasta llegar a la base, ahí ahora el suelo era arenoso y Lucía tuvo mayor estabilidad para defenderse y sacar a Modesta, lanzando un hachazo directo al cuello de aquella loca mujer.

             La cabeza se le separó del cuello con tal facilidad que casi fue como rebanar una barra de mantequilla, pero la mujer loca se quedó completamente quieta durante algunos segundos, lo que permitió a Lucía identificar de quién se trataba. La flotante cabeza de pronto volvió a colocarse sobre su cuello y a mirar a Lucía con rabia, lista para volver a atacar, por suerte Doroteo la alcanzó y la sujetó, impidiéndoselo.

-Leonarda Duarte-susurró Lucía y la culpabilidad volvió a golpearla, tal y como el primer día que aquella mujer había muerto.

– ¿La conoces? -preguntó Doroteo utilizando todas sus fuerzas para contenerla.

-Ella es la mujer que murió cuando su padre la aplastó con su propia casa.

– ¡Fuiste tú! ¡Tú me mataste! -gritó Leonarda intentando liberarse de los brazos de Doroteo.

-Yo no…yo no te…

             Lucía se sentía aterrorizada, durante días la culpa la había hecho sentir como una asesina, pero gracias a Guillermo y a sus otros amigos, había comenzado a sentirse mejor. Ahora allí frente a Leonarda, todos esos miedos y culpabilidad habían regresado.

-Por tu culpa estoy muerta-le escupió Leonarda con odio, dejando de forcejear con Doroteo, pero este último no la soltó.

-Fue tu padre quien…

-Pudiste haberme advertido, de haberlo hecho…

-Yo te lo advertí…te dije que no entraras.

-No te esforzaste lo suficiente.

-Lucía, no la escuches-le advirtió Doroteo-. Sabes bien que no fue tu culpa. Ella fue quien asesinó a su padre y él efectuó su venganza en consecuencia, eso nada tuvo que ver contigo, tú solo intentabas ayudar.

-Pero…-los ojos de Lucía estaban llenos de lágrimas que pronto comenzaron a bañar sus mejillas.

-Mira a tu alrededor, llegamos a la Laguna de Letho…esta es la bahía de las culpas. Aquello que te atormenta, te perseguirá hasta que aprendas a perdonarte a ti misma o hasta que la locura te lleve a arrojarte a esas aguas.

– ¡No permitiré que el olvido la libere de la culpa!

             Leonarda no quería entender que Lucía era inocente y que su muerte terminó siendo una consecuencia de sus propias malas acciones, así que logró liberarse del agarre de Doroteo y volvió a lanzarse de manera violenta contra Lucía. Ambas se golpeaban, rasguñaban, halaban los cabellos como fieras, mientras que Doroteo intentaba separarlas, pero solo resultaba golpeado y lastimado por alguna de ellas.

– ¡Arrójala a la laguna! -le gritó Doroteo-. Las aguas de Letho son las aguas del olvido.

– ¿¡Qué?!-preguntó Lucía intentando deshacerse de Leonarda.

-Si no entiende que la culpa es suya, mejor será arrojarla a la laguna, allí olvidará sus penas y sus pecados, podrá finalmente descansar en paz. ¡Pero tú no debes tocar esas aguas!

– ¿Cómo se supone que voy a hacer eso?

             Pero Lucía era una mujer fuerte, ella misma lo sabía bien, mientras que Leonarda era una niña rica movida por la rabia. Una vez que se tomó aquella pelea en serio, Lucía logró dominar a la loca y arrastrarla por los cabellos hasta la orilla de la laguna. Estaba por arrojarla al agua, cuando otra persona intervino, golpeándola con una enorme fuerza por un costado y haciéndola rodar por la arena varios metros.

– ¿Y ahora qué? -preguntó la muchacha aturdida levantándose, la oscuridad no le permitía distinguir con facilidad quién era el recién llegado, pero escuchar su voz le hizo flaquear y sus piernas comenzaron a temblar.

-Hola, Lucía. Finalmente, el momento de la venganza ha llegado-dijo el recién llegado.

– ¿Quién es ese? -preguntó Doroteo.

             Se trataba de un jovencito bastante atractivo, de unos quince años de edad, piel morena y ojos oscuros, bastante delgado, pero con un rostro lleno de odio.

-Josías…tú… estás en la cárcel ¿Qué haces aquí? -preguntó Lucía con un hilillo de voz.

-Es bastante obvio ¿no, señorita médium? Cuánto has cambiado desde que me enviaste a la cárcel… deberías haber sabido que fue allí donde morí. No viniste a visitarme ni una sola vez…fuiste muy cruel.

-Tuviste lo que te merecías.

             Pero la voz de Lucía temblaba, no solo había culpabilidad, también había miedo.

-Yo solo me encargué de protegerte, evitar que otros te pusieran un dedo encima. Te enseñé a robar y a sobrevivir en las calles…

– ¡Para ser tú quien se aprovechara de mí! ¡No te me acerques! -Lucía sacó a Modesta y puso distancia entre ellos.

             Josías y Leonarda no necesitaban conocerse para entender que eran aliados contra una misma enemiga. Dotoreo se apresuró a tomar lugar junto a Lucía, estaba confundido, no sabía que Lucía contaba con más de un enemigo muerto, pero no permitiría que le hicieran daño.

-Ya puedes ver lo peligroso que es este lugar para los vivos-le dijo Doroteo-. Tienes que volver.

– ¿Cómo?

– ¡No lo sé! Deberías poder pensar en alguien vivo que te lleve de regreso, pero estamos en un lugar muy profundo del Umbral, tal vez no hay salida y solo nos queda arrojarnos voluntariamente a la laguna, olvidarlo todo y dejar lo bueno y lo malo atrás.

-Lucía no irá a ninguna parte, debe pagar por dejarme pudrir en la cárcel-dijo Josías.

-También por haberme matado-dijo Leonarda.

– ¡YO NO SOY LA CULPABLE! ¡USTEDES OBTUVIERON LO QUE MERECÍAN! -gritó Lucía presa de una gran cantidad de emociones.

             Leonarda y Josías intentaron acercarse y golpear a Lucía, pero ahora parecían débiles y lentos, de modo que no pudieron ponerle un dedo encima. De pronto, una gran cantidad de hombres y mujeres que habían estado arriba, en lo alto de la montaña de huesos, comenzaron a bajar lentamente hasta llegar a la Bahía de la Culpa. Lucía no estaba segura de lo que aquello podía significar, no se acercaban, pero parecían querer presenciar lo que estaba sucediendo.

-Eso es, Lucía-dijo Doroteo-. Ellos son los culpables, no tú y solo te dejarán en paz una vez que aceptes que tú no tuviste nada que ver con sus muertes.

– ¿Qué debo hacer?

-No los convenzas a ellos de sus errores, debes convencerte a ti misma de que obraste de manera correcta.

             Lucía miró a Josías y recordó todo lo bueno junto a él, pero procuró recordar por qué había tomado la decisión de denunciarlo y tenderle una trampa para que la policía lo atrapara. No solo había sido un ladrón, sino también un asesino y retorcido acosador y abusador. Debía pagar por sus crímenes y, aunque ella también había sido una ladrona, no podía permitir que siguiera haciendo daño a otros, especialmente a ella.

-Tú merecías ir a la cárcel. Hiciste mucho daño, eras una plaga y empujaste a otros buenos niños a seguir tu mal ejemplo. Te denuncié y lo volvería a hacer-le dijo Lucía con firmeza.

-Tú debiste ir a la cárcel conmigo-le dijo Josías apretando los dientes.

-Sí, pero no por los mismos crímenes que tú. Hice lo que pude para sobrevivir y ya he pedido perdón a Dios una y mil veces. He trabajado de manera honrada…he tratado de ayudar a otros haciendo uso de mis habilidades…yo…yo pagaré eventualmente ¡Pero tú debías ir preso y me alegra que hayas muerto, escoria!

             Lucía aprovechó la debilidad de Josías para empujarlo. Josías estaba tan débil que cayó al suelo, intentó levantarse, pero fueron varios de los hombres y mujeres que estaban presenciando la escena, quienes se interpusieron.

-La morte è la mia guida.

-La mort est mon guide.

-A morte é meu guía.

-Death is my guide.

-Der Tod ist mein Führer.

-Mors dux meus est.

-La muerte es mi guía.

Aquellos hombres y mujeres de todas las edades y nacionalidades, recitaban aquel mantra una y otra vez mientras caminaban, tomaron a Josías por las extremidades y lo arrastraron hasta la laguna en contra de su voluntad entre aterradores gritos.  

Aquello dejó boquiabierta a Lucía y muerta de miedo, pero no podía dejarse paralizar, así que puso su mirada en Leonarda, esta última ya no parecía enojada, sino un poco asustada, dio dos pasos atrás a medida que Lucía se le acercaba.

-No sé qué diablos sucedió entre tu padre y tú, tus motivos habrás tenido para matarlo, no te justifico y mucho menos a él, quien me dio la impresión de haber sido un hombre terrible en vida, pero yo no tuve nada que ver en eso. Moriste porque ese hombre vengó su muerte, yo te advertí que no entraras a la casa, te dije que tu vida estaría en peligro, pero fuiste prepotente y avara.

-Pero tú…

– ¡Yo hice lo que pude para mantenerte con vida, tú solo querías un tesoro! ¡Y por cierto! ¡YO ME LO QUEDÉ!

             Lucía le dio un fuerte empujón con ambas manos, y Leonarda cayó al suelo, para ser levantada por otro grupo de hombres y mujeres que comenzaron a arrastrarla también a la laguna del olvido. Lucía buscó a Doroteo con la mirada, esperando verlo sonreír o por lo menos brindarle una felicitación, pero lo que encontró fue en rostro lleno de profundo terror, algo o alguien estaba a las espaldas de Lucía, la joven tenía miedo de voltear a mirar.

             Doroteo se arrodilló en la arena y pegó la frente del suelo con lágrimas en los ojos, desde ahí le advirtió a Lucía.

-No la mires, no debes volver a mirarla, no lo hagas-dijo Doroteo con la voz quebradiza por el terror.

             Lucía no dio media vuelta, sino que prefirió seguir el ejemplo de Doroteo y se echó al suelo, a modo de respeto y sumisión ante lo que sea que acababa de llegar a la Bahía de la Culpa. Todos los hombres y mujeres a su alrededor hicieron exactamente lo mismo y el silencio absoluto envolvió la bahía.

-Los conozco, los he visto antes…no pertenecen aquí-dijo una voz fría como el hielo, pero que a la vez les hacía sentir una enorme somnolencia. Lucía tuvo que hacer uso de todas sus fuerzas para no caer profundamente dormida ahí en la arena.

-Mi señora…-dijo Doroteo sin levantar la cabeza.

-Tú eres un buen servidor, cuéntame ¿cómo está Prometeo? Hace mucho que no viene de visita.

-Está muy ocupado, pero siempre trabajando por y para usted, mi señora.

-Y tú…has crecido mucho. No esperaba verte de nuevo tan pronto ¿Qué haces aquí?

-Mi señora, permítame responder por ella. También es una aprendiz de Prometeo. Está viva y necesita volver.

– ¿Necesita? Ningún alma errante necesita estar allá bajo el calor del astro rey. Si lo está, es porque el padre Tiempo así lo quiere, pero sobre todo… ¡Porque yo lo permití!

-Así es, mi señora. Ella le debe todo lo que es, por eso está entrenando para ser una de tus servidoras más leales. Permítele desarrollarse plenamente y así cumplir con tus deseos.

-La guerra, la peste y la hambruna han hecho un mejor trabajo que ustedes, tal vez ya no los necesito.

-Mi señora…

-Tú hiciste un buen trabajo todos estos años, Doroteo. Ve allá, sigue la luz azul, ese es el lugar al que perteneces. Te lo mereces.

– ¡Gracias, mi señora! ¡Muchas gracias! Pero la niña…

-Tú vida es la única que te pertenece, no hables ni intercedas por otra. Ve en paz de una vez a donde perteneces.

             Lucía no tuvo tiempo de alzar la mirada y despedirse de su amigo, simplemente supo que se había ido. De nada le había servido intentar detenerlo en el hospital y habían estado todo ese tiempo horrible en aquel lugar para nada.

-Entonces, hija del sacrificio ¿Por qué has venido antes de tiempo?

             La joven no tenía idea de por qué La Muerte la llamaba de ese modo, tenía muchas dudas, no sabía si levantar la mirada y responder o dejarse llevar por ese pesado sueño que la estaba arrastrando. ¿Por qué pesaba tanto su cuerpo si realmente no estaba allí? No fue capaz de responder la pregunta de La Muerte, intentó alzar la mirada, pero solo pudo ver uno pies descalzos de un tono de piel tan oscuro como el cielo sin estrellas que lo cubría todo, aquel ser vestía una túnica blanca hecha jirones que parecían etéreos.

             Lucía realmente quería subir la mirada, ver a ese ser de inmenso poder con sus propios ojos y responder algo, cualquier cosa, con tal de que ella la reconociera como una médium, pero no fue capaz. Aquel pesado sueño terminó de envolverla.

             Pero no soñaba, solo sentía la nada a su alrededor, era como si se encontrara flotando, tampoco podía abrir los ojos. Por un momento olvidó la angustia de la peste que estaba matando incluso a sus seres queridos, simplemente se encontraba en blanco, un estado de calma, pero no de paz. Si tan solo pudiera abrir los ojos, tal vez sería capaz de pensar, entender la situación y encontrar una salida de ese estado tan extraño en el que se encontraba.

             Mientras más tiempo transcurría en ese estado, más rápido olvidaba lo sucedido en el Umbral de la Muerte, ya había olvidado lo poco que Doroteo le había dicho sobre Ginebra, estaba olvidando su encuentro con Josías y Leonarda, estaba olvidando que alguien la esperaba en el mundo de los vivos.

-Parece que finalmente me ha llegado la hora y yo misma me lo busqué, pero ni siquiera recuerdo el motivo-se dijo a sí misma.

             Comenzó a reírse de sí misma con ironía, pero otras risas se mezclaron con la suya, dejó de reír para escucharlas mejor y comprender si eran solo producto de su imaginación. No lo eran. Hizo el intento por abrir los ojos y descubrir quiénes reían, las voces parecían de niños.

             Al conseguir abrirlos, le costó mucho acostumbrar la vista a tanta luz tras la abrumadora oscuridad en la que había estado minutos atrás. Hasta ahora había estado flotando en la nada, pero finalmente logró posar los pies sobre una superficie, todo era blanco a su alrededor y ya no estaba vestida con harapos viejos negros, sino con un cómodo vestido blanco sin ningún tipo de adorno, iba descalza, pero el suelo estaba cálido y limpio, así que no le molestaba.

             Llevó sus manos a su cabello, parecía limpio y estaba completamente liso, tal y como debía ser su cabello al natural, sin someterlo a todos los procesos que hacía a diario para llenarlo de ondas y movimiento de apariencia natural.

             Volvió a escuchar las risas de los niños y dio media vuelta, buscándolos a su alrededor, los vio a lo lejos, un niño de unos 4 años y una niña un poco mayor, tal vez de 6 o 7 años de edad. Jugaban a perseguirse y a empujarse, caían al suelo, se levantaban y seguían jugando entre risas.

– ¡Hola! ¿Podrían ayudarme? -preguntó Lucía interrumpiéndolos.

             Los dos pequeños la miraron, sonrieron y echaron a correr.

– ¡No! ¡Esperen!

             Lucía comenzó a seguirlos y, pese a sus cortas piernas, corrían muy rápido. Lucía no conseguía alcanzarlos. Los dos pequeños llegaron hasta dos adultos y cada uno tomó la mano de uno de ellos. Los adultos aparentaban ser un hombre y una mujer, ambos jóvenes que le daban la espalda a Lucía y fue así como vio que tenían unas enormes alas de plumas blancas que sobresalían entre sus vestidos blancos ¿Serían ángeles?

-Por favor, ayúdenme a volver-les rogó Lucía a cualquiera de las cuatro personas que tenía frente a ella.

– ¿A dónde quieres volver? -le preguntó el ángel de apariencia femenina, sin darse la vuelta. Aquella hermosa voz se le hizo familiar a Lucía, pero no estaba segura de dónde la había escuchado antes.

-A…a casa.

– ¿A un lugar vacío? -preguntó el ángel de apariencia masculina, aquella voz también se le hizo familiar.

-No, quiero volver con alguien. Sé que me está esperando.

– ¿Quién? -preguntó el pequeño niño, quien sí la miró mostrándole una dulce e inocente sonrisa.

-Es alguien a quien quiero, pero…no puedo recordarlo.

             De pronto la niña, quien no había dejado de mirar al niño, posó su mirada sobre Lucía. Tenía unos ojos verdes impactantes como un par de esmeraldas. Aquel tono de verde solo lo había visto en los ojos de una persona, entonces pudo recordar su mirada tras los anteojos, el olor de su perfume, el sonido de su risa y hasta el calor de su cuerpo cuando le daba un abrazo.

– ¡GUILLERMO! -gritó la joven llamando la atención de toda la sala del hospital.

             A su alrededor se encontraban Benicio, Crescencio y Ambrosio, pero no solo ellos. Una docena de espíritus acechaban su cuerpo, eran aterradores, con la barbilla desencajada, babeando, dientes filosos y ojos hundidos completamente negros. Todos flotaban y alzaban sus esqueléticas manos, como si intentaran atraparla, sus largos cabellos flotaban de forma etérea, eran hombres y mujeres de diferentes edades, parecía que nadie más que ella podía verlos.

– ¡Aléjense de mí! -les gritó Lucía.

             Allí donde todos los vivos a su alrededor la miraban con extrañeza, los espíritus parecieron asustados y se dispersaron rápidamente en busca de un nuevo cuerpo para cobrar.

-Lucía Bonita ¿estás bien? -le preguntó Ambrosio.

-No pude…no pude salvar a Doroteo.

             La joven se levantó del suelo y salió corriendo, tenía que ver a Guillermo. En la entrada de la sala seguían aquellas dos corpulentas enfermeras vigilando, pero Lucía agarró impulso y se llevó a las dos mujeres por delante atravesando la puerta y logrando ingresar, allí dentro comenzó a buscar a Guillermo con la mirada.

             El caos en la sala era tal, que las dos enfermeras no intentaron sacarla, solo cerraron la puerta, enojadas ante su derrota. Lucía caminó entre los enfermos, pero no lo veía, recordaba que había estado allí… ¿Cuánto tiempo había pasado en el Umbral de la Muerte? De pronto, junto a una camilla vacía, vio en el suelo la carta arrugada que decía “para Guillermo”. La tomó, estaba todavía sellada, así que no la había leído.

             Un nuevo paciente fue dejado sobre el catre que antes había ocupado Guillermo.

– ¿Dónde está? -le preguntó a uno de los camilleros.

– ¿Quién?

-El muchacho que estaba aquí antes.

-Señorita, si no está aquí, es porque ya está muerto.

             Lucía se quedó sin palabras, perdió todas las fuerzas de las piernas y cayó sentada en el suelo, llevando la carta con ambas manos hasta su pecho. Ni siquiera era capaz de llorar. Los dos camilleros siguieron en lo suyo y la dejaron ahí en el suelo, ya se habían acostumbrado esos últimos días a las diferentes reacciones de las personas cuando les anunciaban la muerte de un ser querido.

– ¿Lucía? ¿Qué haces ahí en el suelo?

             La joven alzó la mirada triste y se encontró con los ojos azules de Giordano. Era lo único reconocible en él, ya que llevaba guantes, tapabocas, gorro quirúrgico y hasta anteojos protectores. Giordano se agachó para mirarla mejor, no parecía reaccionar.

-Oye, Lucy, aquí, reacciona-le dijo moviendo los dedos frente a ella hasta que comenzó a seguirlos y reaccionó lentamente.

-Hola, Giordano-le respondió casi en susurros.

– ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Estás enferma con la gripe? Yo mismo me encargaré de atenderte de ser así.

-No, no soy yo. Es Guillermo, los camilleros me dijeron que se ha ido.

-Ah, sí. Hace como unos 10 minutos. Pensé que estarías con él, por eso me parece raro verte aquí en el suelo.

– ¿Quieres que me muera también?

– ¿De qué estás hablando?

– ¿Guillermo no está muerto?

– ¡Cielos! ¡No! Bueno, no todavía y esperemos que no suceda.

– ¿¡Dónde está?!

-Su guapa tía vino a buscarlo, dijo que se encargaría de atenderlo ella misma. El jefe de la sala se lo permitió porque estamos colapsados, es mejor que esté en casa bajo los cuidados de una bruja.

             Lucía se lanzó sobre Giordano dándole un fuerte abrazo y dejando escapar un par de lágrimas. El joven estudiante de medicina se puso muy rojo hasta las orejas, por suerte toda la indumentaria médica evitaba que se notara.

             Giordano ayudó a Lucía a levantarse del suelo, para luego sacar un tapabocas de uno de sus bolsillos y colocárselo él mismo con delicadeza.

-No dejes de utilizarlo-le aconsejó.

-Gracias, Giordano. Por favor cuídate mucho.

             Lucía salió corriendo de la sala, volviendo a llevarse por el medio a las dos grandulonas y sin prestarle la más mínima atención a sus groserías. Bajó las escaleras del hospital y allí vio la bicicleta de Guillermo, lo más impresionante fue ver las llaves del candado protector justo al lado.

Ya se había hecho de noche y las cosas estaban tan mal que hasta los ladrones se habían contenido aquel día. Eso le hizo recordar a Josías y el Umbral de la Muerte, pero sacudió la cabeza y prefirió sacar esa experiencia de su cabeza en ese momento.

 Lucía tomó las llaves, abrió el candado y se montó en la bicicleta, comenzando a pedalear con fuerza pese a lo incómodo que era utilizando un vestido. A medida que avanzaba, se dio cuenta que ya no solo podía escuchar a los espíritus a su alrededor, sino también verlos. Eran iguales a los que la rodearon dentro del hospital, de apariencia aterradora.

Al verla parecía que querían acercarse e incluso atacar al notar que ella podía verlos y escucharlos, pero Lucía había regresado del más allá con fuerzas renovadas.

– ¡No se atrevan a acercarse a mí! ¡Los únicos espíritus que estarán a mi alrededor de ahora en adelante, serán los que yo misma invoque! -le gritó a todo pulmón a los espíritus, parecía que ahora le harían caso.

             ¿Acaso era así como veían el mundo Prometeo y todos aquellos médiums experimentados? ¿Ahora tendría que ver espíritus rondando por las calles, como si de una familia normal se tratase? No sería nada fácil acostumbrarse a ello, pero al menos había aprendido por su propia cuenta a mantenerlos a raya. Necesitaba depender menos de Prometeo, tal vez aquella horrible experiencia le ayudaría a conseguirlo y a convertirse cada día en una mejor médium sin poner en riesgo su vida. 

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Dafne dice:

    Genial , ya quiero saber qué sigue!!! Fabuloso capítulo!!?🤯🤯🤯👍👍👍👏👏

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    1. Lynnearah dice:

      Estos capítulos en seguidilla son muy importantes. Me alegra que te gusten 😀

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